Jean-Luc Nancy: La cuestión definitiva.

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Por Diego Espíritu

@espiritudiego

Aquejados por la literatura distópica de Orwell (“1984”) y de Huxley (“Un mundo feliz”) y el fin de las ideologías, el tiempo que nos va sucediendo no se detiene, no tiene miramientos. Los reflejos de un hombre antes grande-tan grande como un ser divino-, se van disipando en una espesa niebla de escepticismo. ¿Cómo tomar entre las manos los fragmentos de lo que alguna vez fuimos? ¿Cómo atrevernos a nombrar la crueldad de la guerra con poemas póstumos? La posmodernidad, la posguerra, el post -estructuralismo, todos los post y todos los ismos de cualquier momento y época. ¿Dónde estamos? ¿Quiénes somos? (¿Somos?). Ante la insoportable urgencia de la duda, Jean- Luc Nancy  emerge como un pensador dispuesto a hendir la certeza en la duda. Pero ¿será la certeza que busca abolir la diferencia más positiva del hombre nociva?  El ‘nosotros’ de las utopías modernas se ha vuelto un puñado de trozos de carne echados al horno. ¿Cómo hablar de una sociedad después de las cámaras de gas? ¿Cómo hablar siquiera?

         La palabra es una empresa que muchos deciden abandonar en vísperas del sufrimiento. Pero es evidente que la actualidad trepidante requiere de un freno a su algarabía cibernética, a su avispero de palabras que nos zumba en cada ventana y espejo citadino. Caminando por las sendas que marcaron grandes filósofos como Bataille, Derrida y Blanchot así como el siempre polémico Heidegger, Nancy ha intentando sofocar el incontenible ímpetu de la certeza moderna con la duda puntual de la crítica. Ha indagado dentro de la conciencia fracturada de nuestros tiempos en busca de un pedazo de entereza. Socavando el soez nacionalismo que nos llegó a heredar las grandes guerras, Nancy busca entre los escombros de la batalla una persona completa. Deconstruye. Critica. Construye. Se pregunta si acaso nos hemos perdido en la incansable búsqueda de un pasado remoto que ya ni nos recuerda. Pero tampoco nosotros a él. Nos olvidamos cada día en un yo de un nosotros. Pero es un yo difuso, que se pierde, que anda errabundo entre zumbidos de acero. Borroso rostro que no se encuentra, que se busca entre los aparadores de las grandes tiendas, entre los frenéticos beats de la música que lo dominan y lo sostienen de los brazos como a un títere de trapo que se estira y se estira.

            La sociedad se ha vuelto, en su espectro más lejano y más abstracto, un yugo para sus habitantes: la comunidad ahorca al ciudadano, al habitante en una imposible ontología del nosotros. La red interminable del comercio se desvanece por su infinitud ante nuestra mirada, no tiene compasión por las fronteras de nuestra voluntad perdida. Supervisado por Ricoeur en su tesis doctoral, Jean Luc Nancy explora los intricados momentos de los cruces entre el pensamiento político y la filosofía; también acompañado por la visión de Lyotard y distintas visiones estéticas, hurga dentro de los problemas de la representación artística y de la belleza.  Su relación es estrecha con el arte y la pesquisa por respuestas no escapa a las voluntades dionisiacas de la inspiración: tal vez en la estética se encuentren algunas preguntas correctas, más que respuestas finales. En fin, el pensamiento del francés es hondo y unas cuantas líneas no bastan para dejar un registro confiable: apenas de aquí rezuman sus más obsesivas inquietudes. ¿Cómo buscar un yo sin antes encontrar un nosotros? Esa es tal vez la cuestión definitiva.

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