CASTIGO: LA MORAL DEL CORRECTIVO

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Por Carmina Galicia

@tururucosmico

El castigo como resultado moral de no seguir el deber ser y la conducta del bien común. Es acaso que el castigo existe desde que se comenzó a conformar una Ley con normas que rigieran a los hombres, o es que las leyes naturales también obligaban a castigar a quienes en sus primitivos inicios las trasgredieran, es probable que sí.

El castigo es la mera consecuencia de una sociedad que se dice a sí misma civilizada y que pretende fungir como su propia reguladora. Castigar es un acto, pero ejercerlo responde como consecuencia a un valor esencial que la humanidad siempre ha tratado de descifrar, construir, reconstruir y al final, alcanzar: la justicia.

En la historia de la humanidad, el castigo aparece con recurrencia. Pero es curioso que para ejercerlo el hombre siempre se ha valido de ofrecer una justificación delicadamente cuidada y estudiada; ya sea basada en dogmas o en teorías, ya sea justificación natural o teológica, el castigo es encadenado a una larga historia de telarañas obscuras que no dejan vislumbrar si su aplicación es producto de un acto de justicia o de corrupción.

En materia de griegos, el Gorgias platónico relaciona este tema con la moral. Cuando Sócrates logra convencer que es mejor sufrir una injusticia que cometerla, surge una segunda pregunta: ¿Qué es preferible una vez cometida la injusticia, ser castigado por ello o salir impune? La respuesta de los sofistas que acompañan a Sócrates es inmediata: siempre será mejor no recibir ninguna reprimenda y salir impunes. Pero en la opinión de Sócrates, quien comete una injusticia adquiere una deuda con la sociedad, por lo que habrá que encontrar la forma de saldar esa deuda. Para quien se ha equivocado, en el pensamiento socrático será preferible recibir castigo, ya que así, su conciencia estará tranquila y vivirá el resto de su vida en mejores condiciones. El castigo impuesto se convierte en una purificación que pretende borrar la injusticia que lo origina.

Por otro lado, varios siglos adelante Kant define el derecho a castigar como el derecho que tiene el soberano de afectar dolorosamente al súbdito como consecuencia de una transgresión de la Ley. Evidentemente se habla de la Ley que hacen los hombres, pero más aún los hombres que se consideran aptos para hacerla. Donde los requisitos son la culpabilidad y la carga del sufrimiento que debe caracterizar la pena, ésta no puede ser jamás utilizada instrumentalmente para la consecución de un bien.

Lo que es un hecho, es que el reconocimiento de estos castigos no sólo debe estar legitimado desde un libro o palabras muertas, es necesario que el castigo sea legitimado desde la incipiente mirada de la sociedad a la que se pretende aplicar. Numerosos dogmas imponen que si por las acciones inmorales nos separamos de la sociedad, por el castigo volvemos a fundirnos con ella, siendo éste un acto que pretende poner un correctivo a una acción que se emprendió deliberadamente con una finalidad contraria al “bien común”.

Hoy sabemos que las maneras para castigar son tan diversas, como la cantidad de culturas o grupos que existen, sin embargo hay conductas que son castigadas repetidamente y como norma en casi todas las sociedades. Hay castigos para quienes asesinan, quienes violan, quienes roban, en general cualquier acto que rompa el concepto de comunidad. En muchos de los casos, el castigo envuelve a un espacio marginado que intenta maximizar la pena con atenuantes como la comida, los dormitorios y las normas que sólo rigen dentro de estos espacios. En este caso, el castigo generalmente es visto como como venganza, derivando de ello una oleada de corrupción brutal.

La otra forma común de ver el castigo hoy en día es como correctivo. Pero cabría preguntarnos:

¿Qué tan cierta es la teoría de que haber pasado un tiempo en determinadas condiciones, por un lado, va corregir al ser humano haciendo legítimas las normas de la Ley por la que se rigen; y por otro, lo llevará al pleno umbral de hacerse justo para la vida posterior?

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